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contra onmes legisperitis


contra omnes legisperitis

Siempre que me preguntan por qué soy abogado, yo siempre contesto lo mismo: Porque es la mejor profesión jurídica de todas.

Y siempre tengo que volver a explicarlo, y a pesar de todo, muchos siguen sin entenderlo. Siguen sin entender que en un mundo complejo e incomprensible, deshumanizado y cruel, ser abogado y defender a las personas es de las escasas profesiones que aún te permiten saber que haces algo bueno y noble.

A diferencia de jueces y fiscales, que defienden, por este orden la Justicia y la Ley, los abogados estamos para defender algo menos etéreo, menos retórico y sobre todo más real: Defendemos personas. Personas de verdad, con nombre y apellidos, con circunstancias históricas y personales muy concretas y determinadas.

No es fácil de entenderlo; como ya dije en otra ocasión en “La Caverna del Inconformista”, los principios absolutos y las ideas inamovibles son demasiado frecuentes en el ser humano. Admitir que cualquier persona, incluso la más vil y abyecta tenga el derecho a una defensa justa, choca en demasiadas ocasiones con los sentimientos más primarios.

Ser abogado, así, es mucho más que ejercer como tal; mucho más que asesorar a la gente o a las empresas, defender sus intereses en los tribunales de Justicia. No, es dar un paso más. Es comprender las motivaciones de la gente, observar su interior, llegar al fondo de las almas, pasando incluso por encima de las mentiras con las que los propios clientes te saturan. Y, finalmente, conseguir una satisfacción para tu defendido.

Claro que existen actitudes y defensas difícilmente comprensibles, algunas verdaderamente deplorables…, por supuesto; tantas como personas.

Porque ese ahí donde se encuentra la verdadera vara de medir del trabajo del abogado, en su humanidad. Y la humanidad no siempre es buena y noble. Es capaz de los sueños más hermosos y de las más terribles pesadillas. Y en ese mar de humanidad, con sus sueños, sus pesadillas y sus contradicciones, el abogado navega a diario, sumando a todos estos ya de por si complejos elementos, dos más, estos de invención humana: Los conceptos de Justicia y Ley, que frecuentemente suelen chocar entre ellos, y con las propias personas en demasiadas ocasiones.

Y si, sigo pensando que es la mejor profesión de todas. Al igual que otros profesionales que no se cuestionan la persona a la que han de ayudar, como un médico o un bombero, tampoco lo hacemos los abogados. Nuestro trabajo es ayudarle, defender sus intereses. Es ahí, en la idea del hombre como principio y fin de todas las cosas, como elemento de medida de la Sociedad, dónde se encuentra la oscura motivación de los Abogados para seguir continuando con su trabajo.

Y que continuarán, por más dificultades que les pongan. Como humanos que somos, nos crecemos ante las adversidades.

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