PROCESO Y MATERIA
Hace prácticamente un año que no se habla de otra cosa, tanto a nivel político-institucional, como a nivel calle-ciudadano. Las elecciones generales (ambas), el antes, el durante y sobre todo, el después.
Cientos y cientos de artículos de opinión, reportajes, entrevistas, debates, charlas, conversaciones…; miles de horas de discusiones, algunas un tanto enervadas, analizando y criticando los resultados y lo que resulta más aburrido: Miles y miles de horas en conversaciones relativas a qué sucederá ahora, qué pactos habrá, que hay que hacer para formar gobierno, etc..
Este repentino interés por el proceso político democrático ha venido impuesto externamente al ciudadano. No es que fuese ajeno a él ni mucho menos, pero hasta el presente momento no existía un nivel de preocupación tan elevado por el mismo desde tiempos muy remotos, casi desde el fallecimiento del dictador Franco. Y viene debido por dos causas fundamentales:
La imposibilidad de formar gobierno por ninguno de los 4 principales partidos en escaños obtenidos, tras las dos elecciones celebradas hasta el momento.
El filibusterismo político y la falta de concreción de alguna formación politica.
El pueblo español, poco acostumbrado a sumergirse en el proceloso océano del proceso político, ha recibido un curso acelerado del mismo y está en un constante bombardeo mediático de noticias relativas a dicho proceso, con la particularidad de que no es genérico sino centrado en las recientes elecciones celebradas, así como en lo que ha de suceder tras las mismas.
El Proceso Político, esta vez con mayúsculas, hemos de considerarlo como un elemento fundamental dentro del sistema democrático. Aunque las formas pudieran parecer un engorro a mucha gente, la realidad nos recuerda constantemente que son fundamentales, y más en nuestro sistema democrático, en donde el respeto a unos requisitos de forma no es caprichoso sino que viene determinado por la garantía tanto de los derechos fundamentales de la persona como por la propia esencia del sistema democrático avanzado; actuar al margen de dichos procedimientos resulta no solo antidemocrático, sino también anticonstitucional. El Proceso Político no es algo que se haya impuesto por capricho, sino que tiene su razón de ser y un origen y desarrollo histórico muy importante. Cumplir con los requisitos legales (aunque estos mismos requisitos sean en ocasiones un tanto torticeros) deviene en requisito fundamental; la lucha por conseguir el reconocimiento de los derechos políticos a nivel formal fue larga y dura, y no debemos de menospreciar, pues, el proceso político. Haremos nuestra la frase de que “no tardará en transigir con el fondo el que transige con la forma”. Vaya, pues, desde aquí, nuestro más absoluto respeto al mismo.
Pero lo que está sucediendo en España estos meses es algo diferente, más perverso. No se trata tanto de mantener y respetar las formas que nuestro sistema político impone, sino en usarlas de modo completamente ajeno para el que fueron creadas. Algunos partidos políticos están utilizando el proceso político con el único fin de obstaculizar el sistema en si mismo, en un verdadero ejercicio de filibusterismo político; al mismo tiempo, se amparan en dicho proceso político para realizar actos verdaderamente reprobables, tales como traicionar a su electorado, desdecirse de su programa electoral sin rubor ninguno o elegir qué parte cumplen y qué no de dicho proceso. Prostituyen así, el proceso político a favor de sus propios intereses partidistas.
Pero lo más grave no es eso: Lo más grave de todo lo que esta ocurriendo en España este último año de constante campaña electoral es que estamos hablando mucho, muchísimo, sin duda demasiado, de proceso político y muy poco o incluso nada de Política, con P mayúscula.
Dicho de otra forma: ¿Desde cuándo no escuchamos debatir a los diversos líderes políticos acerca de las pensiones, la economía, los derechos sociales, el medio ambiente, la ley mordaza, el sistema energético, el empleo de calidad, la mejora de las infraestructuras, etc..? Porque parece que los políticos (y sus incombustibles aliados, los medios de comunicación) no hacen otra cosa que hablarnos de los pactos, acuerdos, abstenciones, etc…, y, por supuesto, de la corrupción (del uso de la corrupción como arma política ya hablaremos en otro momento, que la cosa tiene tela.)
Añoramos debates de alto nivel, de ideas, donde se debatan verdaderas opciones de desarrollo del futuro, donde se exponga qué clase de Estado queremos y cómo conseguirlo, donde se hablen de los problemas reales de los ciudadanos y no de entelequias en las que no tiene capacidad de decisión alguna (o muy escasa) y que en muchas ocasiones no comprende y utiliza francamente mal.
Demasiado proceso político y muy poca materia; demasiada chicha pero poca limonada. No hay sustancia, sólo cáscara de un huevo que cada día está más vacío. Es imperativo exigir a los líderes políticos que, previamente a debatir sobre los pactos electorales, expliquen claramente qué quieren hacer y cómo. Es necesario volver al debate de las ideas, de la materia. Dejarnos de formalismos innecesarios y rescatar el origen del sistema político, hablar de los problemas reales y no tanto de ficticias batallas que no sirven más que para perder tiempo y energías. Pero los partidos políticos clásicos no están por la labor, su “apparatchik” se lo impide, su soberbia política también (siguen creyéndose depositarios exclusivos tanto del sistema político como de la voluntad popular) y, como de costumbre, es el ciudadano el que lo sufre. No faltarán aquellos que vean oscuras manos y conspiraciones por doquier; pudiera ser, cosas más raras se han visto. Pero tanto si es así como si no, el fin es el mismo: Desviar la atención y el debate popular de lo verdaderamente importante, la sustancia, y centrarlo en las formas, unas formas cada vez más devaluadas e insulsas.
Repito que soy y seré un ardiente defensor del Proceso Político y de las formas políticas de él derivadas, pero no debemos olvidar que las formas han de estar, y especialmente en política, al servicio del ciudadano y no al revés. Es ahí donde debe centrarse el debate político, en las políticas reales, y no tanto en las formales. Debemos hacer todos, ciudadanos y políticos, un enorme esfuerzo por desvincularnos de tanto formalismo inútil.
Claro que tal vez lo que suceda es que a muchos políticos (y ciudadanos también) no les interesa que se hable de cosas reales y de política material. Vaya usted a saber por qué….