Buceando en los abismos del alma humana
En ocasiones converso con algunos colegas de profesión que me expresan, con una mezcla de admiración y alejamiento, que ellos no podrían ser abogados penalistas; que las situaciones que se presentan en esta rama del Derecho son tan duras y escabrosas que no pueden sobrellevarlas. Y en efecto, es una realidad que no más del 15% de los abogados ejercientes se consideran a sí mismos penalistas. El resto, aunque ocasionalmente puedan trabajar en un asunto de índole penal (y con bastante eficacia y diligencia), procuran esquivarlos, desviarlos o, directamente, evitarlos.
No es un mera cuestión de especialización; de todos es sabido que por motivos muchas veces emocionales, otras por puro practicismo, hay ramas del Derecho que a uno se le dan mejor que otras, o que se decide por ella porque le reporta mayores beneficios, ya sean económicos o de otra índole, perfectamente legítimos. Pero el especializarse en Derecho Penal conlleva algo más, tiene un extra añadido que todo el que haya trabajado un tema penal conoce, aunque muy pocos saben identificar, y menos aún sobrellevar.
Y no es otro que el elemento humano.
El Derecho, básicamente, consiste en el conjunto de normas para la regulación de la vida humana en Sociedad; y las diferentes ramas se ocupan de diferentes aspectos de esa vida social. Todo se encuentra, pues, dentro de la categoría de Hechos Humanos. Pero el Derecho Penal tiene en su propia concepción diversas características que lo hacen diferente y de difícil digestión en muchas ocasiones.
A diferencia de otras ramas, son raras las ocasiones en que opere el “derecho penal preventivo”. En la inmensa mayoría de veces, los penalistas no son asesores, sino puros abogados procesalistas que operan con hechos consumados.
Siempre operan personas físicas; las escasísimas veces en que personas jurídicas tienen relevancia penal (sobre todo como sujetos activos, o que hayan cometido un delito) no son sino burdas ficciones que si bien tienen relevancia político-social, desde un punto de vista puramente teórico no se sostienen.
Procesalmente tiene su propio sistema, sus propias reglas; y no es fácil trasponerla a otros sistemas procesales. Ya el Maestro Alonso Martínez lo vio claro.
Es un derecho bastante popular, pues todo el mundo sabe o cree saber de él, y todo el mundo opina. En realidad, lo que la gente no versada en el mundo del derecho suele opinar es sobre las penas, no tanto sobre los delitos.
Pero el elemento diferenciador, y el más importante, no es otro sino que las partes del proceso; Jueces, abogados y fiscales (estos cada vez menos) han de preguntarse el por qué.
Y este último punto es el que amedrenta a muchos; saber el por qué, conocer los motivos últimos que han llevado a la comisión de un delito o la interposición de un denuncia. Cuando el penalista regresa a su casa al final de su jornada, o cuando se embute en el estudio de un determinado asunto, si de verdad quiere defender los intereses de su cliente con diligencia, debe de saber el por qué lo hace el cliente, sus motivaciones. Y las respuestas no son, casi nunca, agradables.
La bestia que todos llevamos dentro sale en forma de Proceso Penal, canalizada por medio de instrumentos sociales; pero eso no le resta nada de su poder. En todo proceso confluyen, además de los hechos per se, elementos internos tales como miedo, venganza, angustia, avaricia, etc..; de hecho, no hay proceso penal en que alguna de las partes no tenga un interés poco confesable en el mismo, ya sea el delincuente (librarse sin un rasguño) o la víctima (vengarse de la persona denunciada), e incluso el tercero ajeno se ve inmerso en estos sentimientos oscuros (ansia de poder, motivaciones políticas, etc.). La legitimidad o no de estos oscuros deseos es otro tema, y el abogado de cualquiera de estas partes no suele entrar en ello (ya depende de la conciencia de cada uno), pero sin duda que está ahí, y el abogado lo ve, lo conoce, y hasta habla con él.
Tal vez sea ese el motivo por el cual el Derecho Penal, y más concretamente los abogados penalistas, sean una de las ramas más respetadas y al mismo tiempo, más evitadas de la práctica de la abogacía: Por la necesidad de bucear en las profundidades del alma humana, donde habitan los monstruos que, con más frecuencia de lo que pudiera parecer, deciden hacer excursiones a la superficie a ver lo que pillan para satisfacer sus deseos y necesidades. Convivir con esos monstruos, hablar con ellos, defenderlos y hasta comprenderlos es tarea del Abogado Penalista. Y no todo el mundo puede sobrellevarlo, porque los abismos del alma humana albergan monstruos mucho más pavorosos que lo que las peores pesadillas pudieran imaginar.